Así
como se profundiza la dificultad en la consecución de alimentos, a la vez que aumentan las fuertes y
constantes catástrofes naturales (que no son tan naturales) y las tan marcadas
problemáticas y diferencias sociales alrededor del mundo, así también crece la
inconciencia humana, dónde el individuo pone al servicio del dinero, de la
ciencia y de la técnica sus capacidades físicas y mentales que lo inhiben y lo
llevan a reproducir valores que buscan mantener un sistema social de seres
exactamente iguales, en medio del silencio ante la idealización de un mundo de
belleza y facilidad, precondición para vivir en la plenitud cultural del
desarrollo.
“El
siglo XX, con sus disciplinas científicas, su curiosidad, su amplitud mental,
sus audacias estéticas, ha cambiado mucho la mirada que arrojamos sobre
nosotros mismos” (Ospina, 2004, p.12) y aunque hoy, los medios de comunicación
algo informan a cerca de los problemas ambientales y sociales en las que ha
incurrido el discurso desarrollista de la modernidad, en su afán por asegurar
el progreso económico y la dominación de la naturaleza, de culturas y países
considerados atrasados, pareciese que el desarrollo aniquila lo que se aparta
de su idea de homogeneidad, y destruye el reconocimiento del individuo como ser
particular parte de una comunidad.
Aunque
ya desde 1950 e incluso antes, se empezaban
a ver las consecuencias de ese desarrollo impuesto a muchas culturas, el
sistema capitalista se mantiene en auge, sosteniendo su ideal de sometimiento a partir de su visión
de desarrollo como discurso progresista de homogeneidad.
La
misma colonización de América en el siglo XVI fue una primera muestra de ese espíritu desarrollista, pues la mirada
euro centrista, que se consideraba superior (o desarrollada), sometió a todo un
continente, y entonces “vio en nuestra América lo que
quería ver, y se obstinó en no ver lo que se apartaba de sus expectativas”
(Ospina, 2004, p.3), viendo como anormal y salvaje, lo diferente, la vida y el
desarrollo construidos por los indios hasta entonces.
Se
daba desde antaño, una imposición única e incuestionable de ver el mundo, en
nombre de la superioridad, con la excusa de civilizar al salvaje a través del
terror y la violencia, la esclavitud y el discurso mentiroso de culturización,
que no parece alejado de la dinámica de nuestro siglo, donde el desarrollo capitalista
se impone como el único medio camino para existir como cultura, como pueblo o
como humanos parte de una sociedad.
En nuestros días, la cruz y el terror de los colonizadores,
son reemplazados por el consumismo y el capital que sustentan la idea de desarrollo
y el discurso progresista, armas de dominación, otras manera de imponer por la
fuerza lo que a los ojos de la “evolución” parece retrogrado o simplemente diferente.
La modernidad,
como en su momento el mundo civilizado, pretende ignorar que a pesar de su
esfuerzo por homogeneizar, en su sociedad aún “yace una (o unas) formación cultural de significado –modo de
sentimiento- intrincadamente elaborada, atávica, consciente, cuyo tejido social
de convenciones, y de imaginería tácita reside en un mundo simbólico y no en
esa débil visón “pre-kantiana” del mundo, representada en el racionalismo o en
el utilitarismo racionalista” (Taussig, 2002, p.32), y que son alternativa que
aunque no es nueva, si ha sido desconocida.
La cosmovisión u’wa consolida una de esas
alternativas que enfrenta, resiste a la imposición capitalista, representada en la Occidental Petroleum Corporation (OXY), y que
ratifica la negativa del mundo moderno a la aceptación de formas propias de ver
el mundo, pensar la vida, generar
desarrollo.
En éste caso, la economía capitalista, la
indiferencia del Estado y en si la
cultura occidental prefieren condenar a muerte a un pueblo, a una cultura, a un
sinnúmero de especies dependientes del ecosistema de ésta región, antes que aceptar visiones diferentes.
El territorio ancestral u’wa, importante espacio
geográfica donde se ubica la selva del Sarare, “es un relicto de toda una
variedad de bosques tropicales de montaña: uno de los paisajes con mayor riesgo
de extinción en el planeta (…) y constituye lo que se puede considerar como una
“frontera interna” en el territorio nacional colombiano” (Serje, 2003, p.105),
dónde además confluyen alrededor de cinco departamentos y por ende a un
sinnúmero de grupos sociales en toda su extensión.
La modernidad parece no comprender que desde la
cosmovisión u’wa, “siempre que el ser humano actúe con mala intención, tarde o
temprano tendrá que beber del veneno de su propia hiel. Porque no se puede
cortar el árbol sin que mueran también las hojas, y en el pozo de la vida nadie
puede arrojar piedras sin romper la quietud y el equilibrio del agua” (Agenda Latinoamericana, 2000, p.205),
de ahí que irrumpir en el terreno sagrado u’wa, sea el inicio de su fin.
Y
con ello dejan claro que el desarrollo implica el desconocimiento de sus
derechos, la muerte de varios de sus hermanos, la pérdida de su territorio y en
si su condena a la muerte, en sus palabras:
“El desarrollo para nosotros es que nos cambiaron el sitio de nuestros
muertos como si fueran huesos de animales. El desarrollo para nosotros es que
nos inunden 28 lugares sagrados. El desarrollo es que nos quitaron las tierras
para luego titulárselas a los ricos de Córdoba. Hasta lo que conocemos del
desarrollo es que a los que defendemos la vida y el medio ambiente, nos dicen
que somos egoístas, y a los cinco políticos y a los Bancos que quieren ganar
plata con Urrá, les dicen que representan el interés de la nación. Si ese es el
desarrollo entonces tienen razón quienes nos acusan de estar en contra del
desarrollo” (Kimy Pernía Domicó, 2000, Bogotá,
citado en Veléz, H. 2007).
El desarrollo no entiende, no acepta que en la
mente u’wa la tierra no tiene precio, que su única ley es la ley natural y que
su subsistencia está considerada desde y hacia ella, por eso, vivir en torno a
precios, a leyes del mercado, a la dinámica del uso y desperdicio y a la
concepción utilitarista de la tierra en, es simplemente inconcebible, porque no
hasta involucionada.
Proteger la tierra es
para los u’wa, salvaguardar su vida
misma, por eso “la globalización no puede ser entendida como una renuncia a la
tradición, sino como un diálogo entre tradiciones” (Ospina, 2004, p.14), una
posibilidad de intercambio y construcción, en cambio de ser una única e
irrevocable imposición, puede ser la apertura a los múltiples desarrollos y la
diversidad de progresos que desde cada rincón del mundo puede darse.
En éste punto cabría preguntarse entonces, si es
imposible otra u otras opciones diferentes a ese modelo, a ese progreso que
vende el capitalismo como la única posibilidad de vida, mediante el cual se destruye
la tierra para empoderar a unos pocos en detrimento de las condiciones de la
mayoría.
Si los u’was proponen vivir por y para la tierra
como una manera de dar sentido a su existencia, ¿acaso no puede ser esta una
visión novedosa de desarrollo, otra
visión de desarrollo, una nueva discursiva de progreso en la que se intercambia
con la tierra, y se dialoga con el vecino? ¿Es necesario imponer el consumo
desaforado, el uso de recursos sin medida, el lujo y la producción como valores
y practicas únicas de subsistencia, como necesidad de todos y cada uno de los
seres humanos que habitan la tierra?
Desde mi punto de vista, si bien la cultura
occidental ha consolidado su manera de ver el mundo a partir de la economía
capitalista -sobreproducción, facilidad acceso a recursos y capacidad
monetaria- igualmente los u’wa pueden propender por una visión austera,
construida desde el dialogo y las prácticas cotidianas, en la que la riqueza no
se limita a posesiones materiales, ni la felicidad a prototipos de confort;
dónde la vida se sobrepone a cualquier tipo de superioridad económica, a
cualquier materialización humana, y donde el individuo subsiste en comunidad,
es parte de un pueblo que piensa en el
presente, y cuyo anhelo principal es la
conservación de la tierra.
Parece
entonces que el mensaje que envían los u’wa, al preferir el suicidio antes que
ponerle precio al sustento de su existencia, muestran otras posibilidades de
desarrollo, dice al mundo que existe otra manera de vivir en equilibrio con los demás y con el entorno;
que la vida esta sobre cualquier deseo, capricho o interés, y que otro desarrollo,
menos permisivo con la aniquilación entre prójimos, si es posible.
Inconcebible es para ellos, que “el hombre blanco”
sea víctima y victimario a la vez, que
cree riqueza y bienestar propio, mientras otros mueren de hambre, mientras
la tierra se desmorona; y a pesar de
saber las consecuencias de sus acciones, continúe en la misma dinámica,
destruyendo rápidamente, ciego a los daños, persistente en la búsqueda de la
satisfacción de sus deseos, en los que lo ha atrapado la idea de progreso que
existe como un inamovible ideal de la modernidad.
A
pesar de esta realidad, de éste ejemplo de valentía, de humanidad, pero
sobretodo de resistencia de los u’wa, la dinámica económica mundial pretende
encerrar a todos los individuos y de manera general, países, en un sistema de
mercado excluyente, en el que muy tarde se piensa en los recursos naturales como un límite.
Pues
si bien se han generado un sinnúmero de conferencias mundiales y tratados
internacionales, además de conceptualizaciones entorno al desarrollo y sus
efectos en el medio natural y social, las organizaciones de países más ricos
mantienen su dinámica y la imponen a los más pobres, irrumpiendo así, con lo
que se pensaba a inicios de los 70, sería el cambio hacia una conciencia
desarrollista menos destructora.
Se
dio de ésta manera un impulso a la masiva explotación de recursos, y con ello
al aumento de la brecha social entre países desarrollados y subdesarrollados,
cuyo mejor ejemplo es América Latina,
pues después de los años 90 a través del Consenso de Washington, los Estados
abren las puertas al modelo neoliberal, a las grandes corporaciones y con ello
la profundización de la pobreza y la desigualdad, tanto al interior de los
países, como a nivel mundial, pues en lugar de permitir el desarrollo que venía
a generar, dió fuerza para la estratificación de países entorno al nivel
económico e industrial, es decir profundizó las problemáticas que ya se venían
dando.
Ello muestra entonces que el capitalismo como modelo
pleno de necesidades creadas, que se sostiene mediante la destrucción del
futuro y la imposición de sueños y doctrinas universales, “capaz de dar cuenta
de todo (…) capaz de introducir el ideal tonto de la seguridad garantizada”
(Zuleta, 1980) que hace inminente la descomposición social y ambiental del
entorno de subsistencia.
Basta con acercarse un poco a las realidades
sociales de las dos países bandera de ese desarrollo, para darse cuenta de la
imperiosa necesidad de otros
desarrollos, pues tanto China como Estados Unidos, han condenado a sus
poblaciones a un sinnúmero de problemáticas generadas en nombre del progreso
económico, discurso retorico de poder a nivel internacional. Así por ejemplo, el
consumismo norteamericano se ha convertido en una de las causas de obesidad en
el país, padecimiento que ha generado porcentajes considerables de mortalidad
en los últimos diez años[1],
mientras “se calcula que la contaminación en las grandes ciudades chinas causa
más de 8.000 muertes al año” (Sanz, 2013).
Parece entonces que los u’wa han asumido “un
desafío, una tarea nada fácil, porque el poder intimida, arruga, amedrenta,
acobarda y confrontarlo es un acto solitario e incomprendido porque el llamado
suele ser más bien a defenderse acomodándose” (Bonilla, 2013), a adaptarse o
perecer, como si el progreso fuere el único
futuro posible y disponible.
Y es que éste rápido e imponente sistema nos ha
acostumbrado a “admirar más la fuerza que la lucidez, más los ejemplos de
ostentación que los ejemplos de austeridad, más los golpes bruscos de la suerte
que los frutos de la paciencia o de la disciplina” (Ospina, 2010), porque somos
una medida material, somos el sueño de otros que en nombre de la superioridad coartan
la posibilidad de construir un entorno diferente, un desarrollo pensado para
seres humanos que como tales, pueden construir su manera propia de consolidar
su desarrollo.
Pero en nombre del progreso y desarrollo occidental
llega “el capitalismo, asesino serial que mata todo lo que toca, sistema
universal de poder que ha convertido al mundo en un manicomio y un matadero” (Eduardo
Galeano en El orden criminal del mundo, 2012), esa retórica productiva que el
hombre de vanguardia se empeña en defender como construcción social, que
desconoce en la cultura indígena esa visión propia de desarrollo buscando
razones para imponerle la que a sus ojos parece evolucionada.
Puede
decirse entonces que la cosmovisión u’wa, es una resistencia al retroceso
social generado por el desarrollo occidental, es el planteamiento de un desarrollo
quizá mas avanzado, pensado para la protección de tierra ante el progreso
inconsciente y destructor del consumidor.
Esta
resistencia, constituye a su vez la posibilidad para el concepto y significado
de cultura, de manera que la diferencia permita la transformación social desde
el intercambio respetuoso de saberes, lejos de medios violentos de sometimiento
para sitiar a la humanidad en torno a principios universalizados de desarrollo.
La
cultura occidental tiene ante sus ojos la oportunidad de aprehender de las
virtudes de aquello que ha considerado extraño, para reestructurar su visión y
crear medios de dirimir los destres causados, reivindicarse con el planeta y
así posibilitar el bienestar de futuras generaciones dónde las diferentes
maneras de vivir no sean una razón para el retroceso de la humanidad.
En
síntesis, el mensaje directo a occidente es claro: es necesario un
desarrollo en equilibrio entre la naturaleza y las necesidades humanas, las
culturas ancestrales están exhaustas y muchos países víctimas de las promesas
incumplidas del desarrollo, empiezan a percibir que sus vidas carecen de
sentido, pues su humanidad se convierte en máquinas multiplicadoras de los grandes
poderes económicos.
REFERENCIAS
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una reflexión sobre la naturaleza y la cultura frente al desarrollo [en línea]
disponible en http://www.iadb.org/exr/cultural/documents/encuentros/51_ospina_span.pdf
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W. (2010, Septiembre), “Preguntas para una nueva educación”[discurso] “Congreso Iberoamericano de Educación Metas 2021”, Argentina [en línea], disponible en: http://www.eduteka.org/WilliamOspina.php, recuperado 10 de Mayo de 2013
Sanz, J. (2013, 20 de enero) China: el
amargo precio de un desarrollo insostenible, [en línea], disponibles en http://blogs.lavozdegalicia.es/javiersanz/2013/01/20/china-el-amargo-precio-de-un-desarrollo-insostenible/,
recuperado 30 de Mayo de 2013
Serje,
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Agua y energía [en línea], disponible en http://www.censat.org/ambientalistas/63/doc/hvelez_aguayenergia.pdf,
consultado 01 de junio de 2013.
Zuleta, E. (1980) El elogio de la dificultad
[palabras], “Título de Doctor Honoris Causa en Psicología de la Universidad del
Valle”, Cali [en línea], disponible en: http://www.elabedul.net/Documentos/Temas/Literatura/Elogio_de_la_dificultad.pdf
recuperado 22 de Mayo de 2013.
El orden criminal del mundo (2012), [reportaje], Sacaluga, J. (dir.) Televisión Española.
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recuperado 02 de Junio de 2013
Galeano,
E. (1992), Artículos cortos. Siglo Veintiuno, México.
[1] Según una publicación
especializada de la Asociación Médica Estadounidense sobre obesidad, entre el
2009 y el 2010 más de 78 millones de adultos y 13 millones de niños entre los 2
y 19 años de edad estaban obesos, y ello causado por tres factores
fundamentales: la inactividad física, hábitos de alimentación y sobretodo los
contaminantes ambientales.
ALEJANDRA RINCÓN GÓMEZ
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