Después de esa época oscura de la
historia humana llamada Medio Evo, siguió el iluminismo trayendo consigo la
ciencia experimental.
Después
de experimentarlo casi todo en los últimos siglos, el hombre se ha encontrado
víctima de su propio invento. La visión del iluminismo, encabezado por la
ciencia experimental; era la de un mundo con una naturaleza salvaje e infinita,
a disposición del hombre, quien debía explorarla, dominarla y utilizarla a su
antojo. Hoy tres o cuatro siglos después, ese pensamiento, visión de mundo o
concepción de la vida, se replantea, debido al conocimiento que se obtiene con
el tiempo y la evolución del pensamiento que a través de la ciencia, nos
permitió aprender a conocer y reconocer esa naturaleza y otra naturaleza más
compleja como es la naturaleza humana. Además de los innumerables problemas
ambientales que han surgido por causa de la naturaleza humana y su afán de
dominio y explotación de la naturaleza, la cual se creía infinita e inagotable
y al servicio del hombre.
Hoy
sabemos que la naturaleza no es infinita, que este mundo que habitamos tiene
límites; por ende, hay que limitar la explotación de la naturaleza, la
naturaleza no está al servicio del hombre; porque el hombre es parte de esa
naturaleza.
Luego
de esa esplendorosa época llamada iluminismo, prosiguió la modernidad. La
modernidad, una época que vino con su marca personal: el desarrollo. El
desarrollo se convirtió en la punta de lanza de la modernidad. Pero ha sido ese
mismo afán de desarrollo lo que ha puesto al hombre contra la espada y la
pared, ya que ese desarrollo ha llevado al hombre y a su ambiente natural hasta
el borde de la destrucción. Las sociedades han llevado el desarrollo hasta los
rincones más apartados de nuestro planeta, lugares en los cuales el desarrollo
ha destruido más que construido.
Las
circunstancias especiales de que sea la sociedad nacional la que se desarrolla
y no una o varias de las estructuras sectoriales de la nación, que el
desarrollo nacional tenga una amplia y trascendente finalidad social y
política, y que la sociedad tenga el desempeño protagónico como sujeto, objeto
y beneficiaria, le imprimen al fenómeno del desarrollo unas características y
atributos especiales de alta complejidad, que lo apartan diametralmente de
cualquier concepción simplista, reduccionista, disyuntivista y abstracta y,
además, cartesiana.
Toda
sociedad humana –como la de cualquier país en particular es un organismo vivo y
en permanente movimiento y transformación así como con múltiples funciones; y,
como tal, es un cuerpo orgánico complejo que, obviamente, funciona
complejamente.
En efecto, el desarrollo es un fenómeno
complejo porque intervienen en él muchas variables y de diversa naturaleza y
porque el desempeño de cada una de éstas, a su vez, es complejo y difícil de
controlar.Es decir, la amplia y variada gama de contextos y planos de acción o
dimensiones aparentemente identificables y distinguibles. Se trata del conjunto
de elementos o factores y procesos involucrados en su constitución estructural
y orgánica, su funcionamiento y las relaciones entre dichos factores y,
consecuentemente, en los procesos del desarrollo.
Pero
para contextualizar los problemas del desarrollo en nuestro país, Colombia,
existen infinidades de ejemplos, donde las burocracias gubernamentales aliadas
con compañías multinacionales han llevado a cabo gigantescas empresas en las
que es claramente visible la tragedia del desarrollo.
Por
ejemplo, se sabe de desplazamiento de indígenas de sus tierras ancestrales, por
parte de empresas transnacionales de minería en la Guajira o en el departamento
de Córdoba la trágica historia de la comunidad Embera desplazada por el
proyecto de la hidroeléctrica de Urra. Pero a lo largo y ancho del territorio
colombiano hay muchas historias trágicas como estas.
Pero
hay también otros casos donde el desarrollo por fortuna no ha triunfado; como
es el caso de los U’was contra la Oxy. La historia contada por Jose Cuesta
sobre los U’was es la siguiente:
“Nadie
hubiese dudado que la comparsa del éxito llegaría a feliz término. Sin embargo
lo insólito se volvió realidad. Los U’was escucharon atentamente el relato de
los nuevos misioneros que, apoyados en un lenguaje ininteligible propio de los
expertos, alababan los ríos de leche y miel que estaban por-venir, tras la
incursión de tecnologías científicas operadas por otros enjambres de hombres
encargados de la tarea de producir riqueza por doquier. Al término de la
apasionada apología futurista hecha por un vocero de la Oxy, se levantó un
hombre mayor, no sólo por la edad, ante todo por su sabiduría, cuya mirada
evocaba el exilio nostálgico de Baucis y Filemon, quien en tono reposado dijo:
la tierra es nuestra madre y posee por ello un valor sagrado, el territorio
U’wa es su corazón; el petróleo es la sangre de la madre tierra, si se le
extrae ella perecerá. Por encargo divino estamos aquí para protegerla de cualquier
intento de agresión, así éste se haga en nombre de la civilización; si
preservamos la tierra estaremos asegurando la vida presente, pero también la
vida futura. De tal modo que si se da inicio a las tareas de exploración, los
U’was nos suicidaremos en forma colectiva”.
Esta
historia nos enseña que la vida está por encima de todo y nos muestra el coraje
y la valentía de un pueblo para defender sus creencias y su territorio de las
garras destructivas del desarrollo.
La
Constitución Política de 1991, proclama en su artículo 1º:
“Colombia es un Estado social de derecho,
organizado en forma de república unitaria, descentralizada, con autonomía de
sus entidades territoriales, democrática, participativa y pluralista, fundada
en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las
personas que la integran y en la prevalencia del interés general”.
En Colombia, a través de la historia,
se fueron conformando diversos grupos étnicos, que en la práctica de la vida
cotidiana, se desarrolla en un ambiente hostil y violento. La intolerancia de
los ciudadanos colombianos y la poca aceptación hacia lo diferente, en el
diario vivir se refleja en cuestiones tales como que, en el ámbito económico el
precio no lo regula el mercado sino el tipo de cliente.
Aunque en nuestra Constitución
Política, esté de manera explícita los derechos que garantizan la integridad
física y moral del individuo, en la práctica esto se desarrolla de manera
diferente: en nuestra cultura, a semejanza de lo que sucede en el mundo, las
diferencias étnicas se reflejan en conflictos internos y externos que
dificultan las relaciones sociales.
A
pesar de ello, en la práctica cotidiana, la sociedad colombiana olvida estas
premisas: en las escuelas, por ejemplo, se impone la enseñanza católica sin
mostrar las otras posibilidades de desarrollo de la espiritualidad de otras
religiones; asimismo, en los negocios casi siempre observamos que quien tiene
la ventaja a la hora de la compra o de la venta, utiliza esto para sacar mayor beneficio del que obtendría; en
materia de salud, tenemos que, el estado colombiano está en un proceso de
privatización de las instituciones, cuando su función debería estar encaminada
a ampliar la cobertura.
O
como lo expresa Daniel Garavito Villarreal, “En el contexto local en los países
latinoamericanos es evidente también la dificultad para hacer real la vocación
universal de las comunidades, pues se sigue favoreciendo intereses particulares
desde la administración pública. En Colombia, por ejemplo, la concentración del
poder económico en manos de quienes ostentan el poder político y el oligopolio
de las comunicaciones que sirven para forjar la opinión pública, han polarizado
a la sociedad haciéndola pensar que quienes no están con la privatización de aquello
que por esencia es público y quienes subrayan la irrenunciable vocación social
de la política no son otra cosa que “enemigos de la patria”.
¿Qué
hacer, pues? En lo que respecta a las consecuencias prácticas estoy en profundo
acuerdo con lo que el señor Habermas ha expuesto acerca de la sociedad
postsecular, acerca de la disponibilidad a aprender y acerca de la
autolimitación por ambos lados.
En
palabras del mismo Habermas: “Concretamente
es tarea de la política el poner el poder bajo la medida del Derecho y
establecer así el orden de un empleo del poder que tenga sentido y sea
aceptable. Lo que ha de prevalecer no es el derecho del más fuerte sino la
fuerza del Derecho. El poder atenido al orden del Derecho y puesto al servicio
del Derecho es lo contrario de la violencia, y por violencia entendemos el
poder exento de derecho y contrario al derecho. Por tanto, es importante para
toda sociedad superar las sospechas bajo las que en este sentido puedan estar
el Derecho y los órdenes jurídicos, porque sólo así puede desterrarse la
arbitrariedad y sólo así puede vivirse la libertad como libertad compartida,
tenida en común.
En
Colombia, donde las circunstancias de los procesos históricos dieron origen a
distintos grupos étnicos, culturales y religiosos, se debe resaltar la
importancia de la participación y el reconocimiento de estas minorías.
En
este sentido, la participación debe surgir desde lo local a lo nacional y desde
lo individual a lo colectivo, como formas de reconocimiento en los ámbitos
religiosos, económicos, sociales, políticos y culturales de la vida del hombre.
Desde la participación del individuo como sujeto activo en la sociedad, y
reflejando la tolerancia hacia lo diferente como forma de complementariedad, lo
que se busca es el respeto en la convivencia dentro de la diversidad
multicultural colombiana.
Teniendo
en cuenta la capacidad de adaptabilidad del hombre se puede afirmar que en
Colombia, debido a sus riquezas étnicoculturales, existe la viabilidad de un
proyecto de orden macrosocial: una reconstitución armoniosa de las relaciones
interpersonales dentro de las colectividades que componen la estructura social
colombiana, formándola desde la base educativa recogiendo componentes que,
dentro de la diversidad, converjan en una convivencia pacífica.
Basándonos
en la diversidad étnica y cultural colombiana, es posible afirmar el
planteamiento de una ética de lo público fundada en el consenso político y en
los ideales de justicia, proyectados por un representante de cada comunidad.
En
nuestra Constitución se hacen explícitos los derechos y libertades humanas,
pero en la práctica es evidente la injusticia social y la segregación racial.
Por ello se debe educar a los niños de nuestro país con una fundamentación
basada en el consenso político, en la tolerancia y el respeto por la diferencia
y la diversidad.
Por tanto, para reglamentar la coexistencia pacífica y la
convivencia armoniosa se deben tomar argumentos constructores de Rawls,
Habermas, Kant, Hobbes y Rousseau que positivamente, a lo largo de la historia,
han ayudado a conformar la normatividad dentro de la convivencia civilizada de
los seres humanos. Junto a esto, hay que tomar las distintas cosmovisiones,
locales y regionales, para construir una sociedad basada en las prácticas pluralistas y democráticas como formas de participación
activamente dentro de la comunidad.
Así, en este mismo sentido, Aristóteles afirma que el hombre
es un animal político, por lo que es posible concluir que procesos de
civilización y cultura nos deben dar espacios de debate y reflexión que nos
lleve a relacionarnos armoniosamente con lo diferente.
Bibliografía
Garavito, Daniel.
López, Edgar. ¿Las críticas del
personalismo comunitario al liberalismo van más allá de las críticas
comunitaristas? En: Primer Encuentro Iberomericano de Comunitarismo. Paipa,
Colombia, julio 26- 28 de 2006. Pág. 7.
Habermas, Jürgen:
Posicionamiento en la discusión sobre las bases morales del Estado liberal
(Enero de 2004) Pág 20. Traducción:
Manuel Jiménez Redondo.
JUAN PABLO RESTOM MORENO
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